Siempre he sido una persona bastante ordenada. Me llamaba la atención cuando veía esas películas típicas de Hollywood en la que los chavales tienen la habitación manga por hombro y cerrada con candado. Y sus madres siempre desesperadas diciéndole a Mike o a Billy que ordenen la habitación. La mía siempre estaba bien recogida, no soportaba eso de tenerlo todo tirado en el suelo, principalmente porque yo no tuve habitación propia durante mucho tiempo, la compartía con mi hermano.
Por eso me molesta tener ahora mi despacho desordenado. No me reconozco. En vez de mejorar, he ido hacia detrás. Pero es que ahora mi problema es la falta de tiempo. Entre trabajar, dormir, comer y atender a la familia, apenas me queda tiempo para otra cosa. Y los papeles se siguen acumulando en la mesa de mi despacho.
Cuando compré una mesa para el despacho quise una muy grande porque sabía que iba a tener muchos papeles por ahí, pero no me gusta nada que no estén ordenados. Pero voy a tomar cartas en el asunto. Porque no hay cosa más agradable que echar un vistazo a la casa y que todo esté donde tiene que estar. He comprado archivadores con anillas personalizados para empezar a archivar los papeles y documentos que tengo por ahí desperdigados. Y es que en mi montaña de papeles se mezclan facturas del agua con contratos de pisos de alquiler, publicidad de restaurantes y revistas de hace un montón de años.
Y aunque hay algo de ‘desorden ordenado’ y que (más o menos) sé dónde está cada cosa, es mejor tenerlo todo bien archivado. En este sentido, yo siempre he sido fan de las carpetas. Me gusta tener las cosas guardadas y etiquetadas o bien por año o bien por tipo de documento, incluso cronológicamente para lo que los archivadores con anillas personalizados son muy útiles. Así que ahora me tocará hacer una mejor gestión del tiempo para volver a dejar mi despacho como debe estar y no como si fuera un Mike o un Bill cualquiera.