Taller de maquinaria agrícola

Mis días reparando maquinaria de viñedos en Ribadumia

Recuerdo la primera vez que pisé un taller de reparación de maquinaria para viñedos en Ribadumia. El aire olía a aceite, a tierra y a ese dulzón aroma a uva que impregna el aire de O Salnés. Yo venía de otro sector, pero la oportunidad de trabajar con herramientas grandes y complejas, y de paso, estar cerca del corazón de la producción de Albariño, me atrajo de inmediato. No tardé en darme cuenta de que este trabajo no era solo mecánica, era entender el pulso de la viña.

Mi día a día aquí, en el corazón de las Rías Baixas, es una constante de desafíos. Desde el invierno, cuando la maquinaria de poda llega para una revisión exhaustiva, hasta el frenesí de la vendimia, donde cada minuto cuenta si una cosechadora se avería. No hay dos días iguales. Un día puedo estar ajustando los pulverizadores para fumigación, asegurándome de que cada boquilla disperse el producto de manera uniforme para proteger la vid. Al día siguiente, quizás estoy desarmando el motor de un tractor que no arranca, buscando esa pieza diminuta que está causando el problema.

Una de las cosas que más me fascinan es la especialización de esta maquinaria. No es como reparar un coche cualquiera. Aquí hablamos de atomizadores, de desbrozadoras específicas para el sarmiento, de remolques adaptados para la uva. Cada máquina tiene sus peculiaridades, sus puntos débiles y fuertes, y conocerlos es parte esencial de mi oficio. He aprendido a diagnosticar problemas con solo escuchar el sonido de un motor o el traqueteo de una pieza. La experiencia te va dando ese «ojo» que te permite anticipar fallos o detectar el origen de una avería que no es evidente a primera vista.

Lo más gratificante es ver la cara de alivio de los viticultores cuando les entregas su maquinaria reparada. Para ellos, cada minuto que una máquina está parada significa una pérdida potencial en la cosecha. Son pequeños empresarios que dependen de que sus herramientas funcionen a la perfección. Saber que mi trabajo contribuye a que el vino de Albariño llegue a las copas, que las viñas de Ribadumia sigan produciendo esa joya líquida, me llena de orgullo.

Aquí, entre tractores, vendimiadoras y atomizadores, he encontrado no solo un trabajo, sino una vocación. Cada tornillo apretado, cada motor ajustado, es una pequeña contribución al ritmo de esta tierra vitivinícola que tanto me ha enseñado.