Los tiempos están cambiando a velocidad de vértigo y parece que nos hemos instalado en una incertidumbre global que afecta muy directamente a la economía. Supongo que la mayoría no nos podemos quejar si nos comparamos a los países más pobres, pero es evidente que muchos trabajadores estamos perdiendo poder adquisitivo. Así que son tiempos de revisar los gastos para ver si hay algo que se pueda moderar o eliminar.
Todo esto me ha dado pie a reflexionar sobre en qué gastamos el dinero. Supongo que todos tenemos algún vicio más o menos confesable. El problema es si tienes varios, porque tal como está la inflación y cómo se va a poner, las cosas no están como para muchos vicios. Pero yo prefiero prescindir de otras cosas antes que de mi afición a la gastronomía. Me gustan las cosas ricas y singulares. Me gusta cuidarme, pero también probar cosas nuevas. Prefiero gastar mi dinero en comprar Anchoas gourmet que en el bar de la esquina tomando un cóctel.
Por supuesto, respeto a los que invierten sus sueldos en otros placeres, como salir, ir de restaurantes o al gimnasio. Pero yo prefiero salir a correr que es gratis y hacer bicicleta estática en casa a cambio de que me sobre algo de dinero para mis pesquisas gastronómicas. Porque, aunque estemos tan mal para algunas cosas, no cabe duda de que los gastrónomos estamos de suerte: la cocina se ha puesto de moda y cada vez son más las pequeñas empresas que surgen para aportar algo nuevo.
Y es que no solo nos gusta comer, sino que nos gusta comer bien. Y en la industria gastronómica nos han escuchado apareciendo diversos proyectos que apuestan por los alimentos tradicionales, de temporada y proximidad. Puede que sean un poco más caros, pero a cambio tenemos calidad garantizada y además sabemos que estamos apoyando a empresas cercanas lo cual revierte en toda la comunidad. Y así es como yo prefiero encargar unas Anchoas gourmet en vez de tener un móvil último modelo. Mi cuerpo me agradece que apueste por cocina de calidad… y mi cartera también.