Recuerdo el día en que la tablet llegó a mi vida. Fue poco tiempo más tarde de tener mi primer smartphone. Fui una de las últimas personas de mi entorno que se resistió a tener teléfono inteligente. Sabía que era un aparato que ofrecía muchas novedades y algunos recursos muy interesantes pero yo estaba bien con mi teléfono “tonto”. Al final mi hermano, todo un especialista en la materia, me cedió un smartphone que le sobraba y le cogí el gusto, lo admito… Pero a la tablet le cogí más gusto todavía.
Alrededor de un año más tarde, me regalaron una tablet para el cumpleaños. Era un iPad de última generación con seguro tablet y varios accesorios. Todo muy completo. La primera reacción que tuve fue de cierto prejuicio. Si ya había tenido algo de animadversión por los móviles (antes de tener uno) lo mismo me sucedía con sus hermanas mayores las tablets. Pero al final me la quedé…
Con el paso del tiempo, (todavía sigo con la misma, a pesar de que la ínclita Apple se empeñe con tanto ahínco en que todos sus usuarios cambiemos de aparatito cada 12 meses), la tablet, la misma tablet, es una herramienta de uso diario. Tanto es así que, al final, le ha ganado la partida al móvil, por decirlo así. Si tuviera que elegir entre prescindir de uno o de otro, me quedaría con mi amada tablet.
En lo que a mí respecta, en cuanto al uso que le doy, la tablet tiene las ventajas del móvil, pero sin sus pegas. Y es que para mí el tamaño no es una pega, porque uso más esta clase de aparatos en un entorno doméstico y/o laboral. Por el contrario, a mi no me interesa tanto usarlos en tránsito, donde el móvil tienen un evidente beneficio por cuestión de tamaño y peso.
Así las cosas, ha llegado el momento en el que la tablet se ha convertido en mi móvil. Y no me arrepiento de no haber cambiado de modelo a pesar de tener seguro tablet. Estoy muy a gusto con ella y mientras aguante ahí seguirá.