Dicen que es la nueva moda, aunque en mi caso no había oído hablar del tema hasta hace unos días cuando leí en Facebook que un niño tenía graves problemas médicos por haber sido alimentado con leche cruda, noticia que ni siquiera sé si es real, puesto que ya nadie se fía de lo que lee a través de redes sociales.
Al parecer beber leche cruda está de moda, supongo que entre los mismos que hasta hace poco renegaban de la leche porque “el ser humano es el único mamífero que sigue bebiendo leche después del periodo de lactancia” (el otro día un colaborador de Sálvame citó esa frase, programa reconocido a nivel mundial por su “rigor científico”). Es posible, entonces, que los foodies que habían abrazado las bebidas vegetales como alternativa, se diesen cuenta que los nutrientes de la leche son muy valiosos, pero para no reconocer su error, han decidido “volver al origen”, beber leche directamente de la vaca, como “hacían los abuelos”.
“Pues mi abuelo bebía leche de la ubre, tomaba agua del río y fumaba 50 cigarros al día y vivió hasta los 95 años”. Convertir un caso particular en una estadística es otra muestra de rigor científico. Porque si esa persona pregunta en el pueblo, seguro que muchos amigos del abuelo, con idénticas costumbres, no pasaron de los 50.
Tampoco se trata de ponernos todos los bata blanca y analizar cada alimento que consumimos, y es cierto que hay que estar con los ojos muy abiertos en relación a la industria alimentaria que no siempre vela por los derechos de los consumidores, pero de ahí a negar el progreso y recuperar ciertas costumbres superadas pone en riesgo la salud pública.
La ultrapasteurizada (U.H.T) elimina las bacterias pero mantiene todos los nutrientes de la leche. Negar esta evidencia no tiene sentido. Otra cosa es que la leche comercializada UHT no tenga el mismo sabor que la cruda, lo cual también es evidente. Pero si buscamos un sabor más natural tenemos dos opciones: o hervir la leche cruda o esperar que la industria láctea saque productos con sabores ‘más auténticos’.