Pese a su creciente uso en jardinería y paisajismo, el árbol del cacao o cacaotero todavía debe su popularidad al fruto que lleva su nombre. Estas vainas o granos son en realidad semillas fermentadas; en un principio, muestran un color blanco, pero tras el proceso de secado adquieren el tono oscuro que las caracteriza y que esperan los clientes al comprar cacao fruta. Sólo una minoría de variedades de cacao conservan su blancor inicial.
Los granos de cacao se obtienen del cacaotero, cuyo nombre científico es Theobroma cacao, traducible como «alimento de los dioses». Esta denominación no es tan gratuita como pueda parecer, pues los antiguos mexicas consideraban al cacao como un obsequio de Quetzalcóatl, una de las principales divinidades de los pueblos de Mesoamérica. La voz española ‘chocolate’ se deriva del kakawatl de la lengua náhuatl.
El fruto tropical del cacaotero prospera de forma natural en la selva amazónica. Sus vestigios más antiguos se remontan siete mil años en el tiempo. Se estima que su colonización del continente americano no fue un proceso natural, sino que los pueblos precolombinos la introdujeron. De hecho, se ha demostrado su domesticación en Puerto Escondido, hace tres mil años.
Granos de cacao no hay solo uno, sino que conviven una veintena de variedades en el mundo. No obstante, los más populares son el cacao criollo, el forastero y el trinitario, el marañón y el chuncho.
Su actual valor culinario no es comparable al que recibía en tiempo de los aztecas, cuando se codiciaba como si de un oro negro se tratase. Tanto es así que los granos de cacao hacían las veces de moneda: con cien semillas podría adquirirse un pavo, con diez un conejo, etcétera. En la actualidad, el chocolate y otros derivados del cacao han recibido otros usos, como el afrodisíaco, gracias a su contenido en feniletilamina.